I Want to Break Free
- Redacción Llueva o Truene
- 9 ago 2016
- 3 Min. de lectura
Después de muchas idas y vueltas y en el centro de la polémica, Freddie Mercury encontró alguien a quien amar, aceptando su condición sexual.
“Era consciente de que podía no decírtelo, pero creo que tienes derecho a tener tu propia vida“, le dijo Freddie Mercury a su entonces novia, Mary Austin, tras confesarle su homosexualidad. Ella, por su parte, pensó que él también tenía derecho a tener la suya, según dijo en una entrevista al diario inglés Daily May. Así sería: Freddie tuvo numerosos amantes hasta encontrar a quien sería su último novio y lo acompañaría hasta su muerte, Jim Hutton.
Su nombre de nacimiento era Farrokh Bomi Bulsara y pasó a la inmortalidad como uno de los artistas más grandes del siglo XX. No sólo era su brillante y poderosa voz, todo en él remitía al arte y el espectáculo: su personalidad estaba forjada para el éxito. Por supuesto, no dejó de ser controvertido. Su sexualidad, que atravesaba su vida y su arte, levantó polémica en los círculos más conservadores. La controversia se profundizó tras conocerse que padecía “la peste rosa“, forma despectiva que tenía la sociedad de referirse al VIH por relacionarlo a la homosexualidad.
Una contradicción se había hecho presente en sus orígenes: nació en una familia parsi, tribu de origen hindú donde la homosexualidad está condenada. “Freddie mantenía una estricta separación entre su trabajo, su hogar y su vida. Él evitaba ciertos temas para protegernos, jamás habló de su sexualidad en casa”, contó una vez Jer Bulsara, madre de Freddie, en una entrevista con el Daily Telegraph. Freddie no se animaría a transgredir el respeto que sentía por su familia, tenía en claro de donde venía.
Pero lo que no pudo ocultar fue su amor por la música y la danza. ¿Por qué avergonzarse? Después de todo, fueron esos mismos impulsos los que lo llevaron a trabajar en una pequeña tienda del Kensington Market, donde conocería a Mary, el amor de su vida y la inspiración en su arte. Una chica humilde, seguidora de la moda, novia por casi seis años, amiga y compañera inseparable de Freddie. Aunque nunca hubiera imaginado que la engañase con hombres, jamás lo condenó por su sexualidad: “Me sentí orgullosa de él cuando me dijo la verdad”. Así, se convirtió en una de las pocas personas en acompañarlo hasta el final y en el símbolo de un amor que quedaría sellado para la eternidad.
Como era de esperarse, Freddie nunca cedería ante el rechazo. Fueron ese ímpetu y arrebato, los que sedujeron a Jim Hutton. En un bar gay londinense conoció a su último compañero de vida. Desgraciadamente, el barbero irlandés ya estaba en pareja y no seguía la música popular, por eso se rehusó cuando Freddie le invitó una copa. Aunque no sería por mucho, pues le fue imposible resistirse a los encantos de la Reina. Jim lo acompañó hasta el último suspiro, hora en la que detuvo el reloj que Freddie le regaló, cuando vio que el amor de su vida partió. Uno de los pocos fieles guardianes del secreto de Freddie, heredero de gran parte de su fortuna y de la maldición que condenó a su marido. Jim no fue otro amor fallido.
La Reina murió libre. No libre de la discriminación ni de la difamación de la prensa, pero sí libre de ser él, libre e amar. La enfermedad terminal se lo llevó siendo joven, pero de la mano de las personas que más amó en su vida. Descanse en paz, su Majestad.
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